Pensar que puedes hacerlo sin siquiera intentarlo no vale de nada. Correr sin dirección tampoco. Volar sin alas, o hablar sin palabras. Gritar mediante la música que recorre tus oídos, y sentir que, pase lo que pase, puedes manejar la situación, cuando es evidente que se te escapa de las manos.
A veces siento que nada me pertenece, ni siquiera yo misma.